De qué hablamos cuando hablamos de cambio climático
El siglo XXI trajo consigo la necesidad de afrontar una problemática crucial, que surge como consecuencia del progreso industrial y una vertiginosa bola de nieve cada vez más grande que contiene problemas que se convierten a su vez en la causa de otros nuevos. Aunque estemos constantemente refiriéndonos al cambio climático, ¿sabemos realmente lo que significa, lo que implica para la vida del ser humano y para la posteridad y supervivencia de nuestra especie?
Quizás a veces tendemos a dejarnos llevar por la indiferencia, o nos abruma un problema tan grande y difícil de abarcar ante el cual nos sentimos impotentes. Sin embargo, ¿en quiénes reside realmente la responsabilidad de cuidar el ambiente del planeta en el que habitamos? Al final, se trata de la especie humana la que será responsable tanto de su destrucción como de su protección.
El cambio climático, que refiere a cambios a largo plazo de las temperaturas y los patrones climáticos, tiene consecuencias que van desde temperaturas más elevadas y mayor propensión a los desastres naturales y tormentas intensas, hasta aumento en la sequía, el océano que se calienta y sube de nivel (provocando inundaciones), pérdida de especies, escasez de alimentos, más riesgos para la salud, y pobreza y desplazamiento.
El actualmente aclamado escritor italiano Paolo Giordano, autor de numerosas novelas, en una entrevista declaró: “Durante muchos años me he preguntado por qué es tan difícil, tan complicado volver apasionante la crisis climática desde un punto de vista humano”. En su novela Tasmania (2022), Giordano sitúa a sus personajes inmersos en un mundo en destrucción, pereciendo ante la crisis climática. El protagonista, un periodista científico que está atravesando a su vez una crisis de pareja, comenta: “El medio ambiente es un tema aburrido. Lento, sin acción ni tragedia, salvo las que se esperan en el futuro. He ahí el problema secreto del cambio climático: el aburrimiento mortal”. Es quizás una mirada interesante sobre cómo muchas veces no terminamos de asumir la crisis climática como una realidad acuciante, sobre la que es imperativo que tomemos la resolución de accionar positivamente para transformar el destino aparentemente irremediable al que nuestro planeta se dirige.
“No somos los dinosaurios. Somos el meteorito”
Hacia el 2030, las Naciones Unidas propusieron los conocidos “Objetivos de Desarrollo Sostenible” (ODS), dentro de los cuales se encuentra el “ODS 13 Acción por el clima: Adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos”. Uno puede preguntarse para qué se crearon los ODS y por qué son importantes. Tal como declara la ONU, los ODS son “una oportunidad para que los países y sus sociedades emprendan un nuevo camino con el que mejorar la vida de todas las personas, sin dejar a nadie atrás”. Los ODS, como esa oportunidad global de unificar a los pueblos del mundo a partir de la decisión de no rendirse ante el curso de los acontecimientos, son el marco en el que cada uno de los ciudadanos y naciones, sin importar las distinciones, pueden congraciarse hacia un mismo fin: el de proteger el futuro transformando el presente.
En particular, el ODS 13 propone acciones concretas que nosotros, como ciudadanos comunes, podemos realizar en nuestro día a día. Por el contrario a lo que quizás a veces suponemos, las mismas son numerosas y variadas: como ahorrar energía en casa, cambiar la fuente de energía de nuestro hogar por recursos renovables como paneles solares, caminar, andar en bicicleta o utilizar el transporte público, o cambiar el automóvil por uno electrónico, reconsiderar los viajes en avión (que es la forma más rápida de reducir nuestra huella de carbono), reducir, reparar, reutilizar y reciclar, comer más vegetales y tirar menos comida, plantar especies nativas, limpiar correctamente nuestro ambiente, utilizar sabiamente nuestro dinero (porque todo lo que se compra afecta al planeta) y decir abiertamente nuestra opinión, para que más y más personas puedan generar un impacto positivo en su ambiente al realizar estas acciones.
El pasado 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente, el Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, declaró: “Al igual que el meteorito que acabó con los dinosaurios, nuestro impacto es enorme. En el caso del clima, no somos los dinosaurios. Somos el meteorito”. Y, más adelante, agregó: “Son ya doce meses consecutivos de los meses más calurosos de la historia (…) Nuestro planeta está intentando decirnos algo. Pero parece que no escuchamos”. También, explicó que, a pesar de que según la agenda hacia el 2030 las emisiones de dióxido de carbono deberían haber disminuído un 9% por año, en el 2023 aumentaron un 1%.
“Estamos jugando a la ruleta rusa con nuestro planeta. Necesitamos una rampa de salida de la autopista hacia el infierno climático. Y la buena noticia es que tenemos el control de la ruleta”, afirmó, instando luego a los países del G20, que son quienes emiten el 80% de las emisiones, a tomar acciones urgentes.
Ciudadanía global
Josei Toda, educador y pacifista japonés del siglo XX, en el año 1952 utilizó por primera vez el término “chikyu minzokushugi”, que literalmente significa “nacionalismo mundial”, indicando la convicción sobre la unión esencial de todos los pueblos del mundo. Este término corresponde a lo que actualmente denominamos “ciudadanía global”. El filósofo y escritor Daisaku Ikeda, discípulo de Toda, publicó 40 propuestas anuales de paz enviadas a la ONU, abarcando las diversas problemáticas que atraviesa la humanidad y ofreciendo distintas soluciones que puedan contribuir a la consolidación de la paz y la seguridad humana. En la del año 2022, Ikeda explica el concepto de ciudadanía mundial de la siguiente manera: “El origen de este concepto esbozado por Toda fue su firme determinación de considerar la dicha de todas las personas como principio fundamental, en cualquier momento. Habiendo experimentado en carne propia los males provocados por el ultranacionalismo japonés, la gran aspiración de Toda era liberar a sus congéneres de las cadenas del nacionalismo estrecho y ayudarlos a trascender los límites de una visión restringida a un solo Estado o pueblo. Toda promovió la conciencia de que todos los seres formábamos una única humanidad y estábamos unidos por un destino colectivo. Para él, sería posible acabar con las guerras entre pueblos y Estados y construir una sociedad de paz global, cuando las personas adoptaran este ideal y asumieran su plena responsabilidad como integrantes del colectivo humano”.
Y, más adelante, declara: “Si, con este espíritu de cuidar a los propios y a los ajenos, creamos un nuevo círculo virtuoso, será más factible superar el actual clima de pesimismo, a medida que más naciones se sumen a la tarea colectiva de cooperar y de prestar asistencia recíproca. Este es el camino que nos permitirá establecer una conciencia solidaria global. Lo que necesitamos, precisamente, es la visión esclarecida y mancomunada que expresaba aquella aspiración política: proteger la vida de todas las personas por igual y sin ningún tipo de discriminación, cualquiera sea su nacionalidad o el lugar donde se encuentren”.