Las distintas concepciones sobre el arte
Mientras que para Platón, el arte era una sospechosa herramienta capaz de desplegar el caos, causando el desorden primero en el ser humano y después en toda la sociedad, para su discípulo Aristóteles, en cambio, el arte era una grandiosa manera de imitar la naturaleza, como una ciencia que crea una realidad antes inexistente y puede ofrecer felicidad. Muchos siglos después, Oscar Wilde afirmaba que es en realidad la naturaleza la que imita al arte, y en La decadencia de la mentira escribe: “Las cosas son porque las vemos, y lo que veamos, y cómo lo veamos, depende de las artes que nos hayan influido. Mirar una cosa es muy distinto de verla. Nada se ve mientras no se ve su belleza. Entonces, y solo entonces, adquiere existencia”. ¹
Actualmente, el debate sobre la naturaleza del arte todavía no está cerrado. Para algunos, el arte es, como para Aristóteles, imitación. Algunas corrientes sostienen la noción del arte como expresión, como un medio de transmisión de las emociones del artista, propias de él o ajenas. Hay quienes defienden que lo importante en el arte es la forma, más allá del contenido, buscando generar una experiencia estética en el espectador. También existe la concepción del arte como “realidad imaginativa”, compartida entre la mente del artista, que se extiende y hace parte a los espectadores.
Incluso existen arduos debates, en torno a la verdadera finalidad del arte. Muchos sostienen que el arte no tiene un propósito, sino que es un fin en sí mismo. A veces, para que el artista encuentre libertad desde su lugar individual, por el simple hecho de existir, o, como se lo suele llamar, “el arte por el arte”, un arte “puro” o “desinteresado”.
Sin embargo, existe otra perspectiva, que afirma que el arte sí tiene un propósito, dado a que, al ser compartido por la sociedad, ésta lo recibe y se ve afectada, ya sea positiva o negativamente. Se suele afirmar que el artista, entonces, tiene responsabilidad ante la sociedad, más allá de lo que desde su individualidad desee expresar: tiene que tener en cuenta el impacto de sus obras de manera consciente.
Por otro lado, también existe la noción del “arte humanista”: el arte, haciendo surgir el máximo potencial del ser humano, se presenta como un motor de transformación social, que permite el amplio desarrollo de una cultura centrada en el respeto a la suprema dignidad de la vida. El arte humanista es la herramienta más poderosa para unir los corazones de los pueblos, trascendiendo cualquier tipo de barrera, y construir un mundo de paz.
Un denominador común
El filósofo y escritor Daisaku Ikeda en el año 1989 pronunció un discurso en la Academia de Bellas Artes del Institut de France, en París, y allí afirmó: “El arte es la irrefrenable expresión de la espiritualidad humana. Lo es hoy y lo ha sido siempre. En cada una de las infinitas formas concretas que adopta el arte, se halla impreso el símbolo de la realidad trascendente. La creación de una obra de arte tiene lugar dentro de los confines espaciales, pero, mediante el proceso creador, el alma del artista busca fusionarse con esa realidad suprema, que podríamos denominar “vida cósmica”. Así, pues, una obra de arte viviente es la vida en sí, nacida en la fusión dinámica del yo (el microcosmos) con el universo (el macrocosmos)”.²
Luego, también explica que a través del arte podemos entrar en contacto con algo que está más allá de nosotros, y “ experimentar la inseparabilidad con una entidad que nos trasciende, respirar a tono con su aliento, absorber la energía necesaria para nuestra renovación espiritual”.
Tal como Aristóteles habló de la catarsis (descripta por la RAE como una «[p]urificación, liberación o transformación interior suscitadas por una experiencia vital profunda»), Ikeda explica que el arte nos permite llenarnos de vida, más allá de nuestras circunstancias o estado físico, emocional o mental en el que nos encontremos. Y es en esa renovación, que absolutamente todos los seres humanos pueden experimentar, cuando comprendemos lo que somos en un nivel fundamental. Descubrimos un caudal ilimitado de humanidad, en el que no existe ningún tipo de frontera o discriminación. Es por esto que el arte nos permite compartir nuestra experiencia humana con todas las personas, lo que despierta en nosotros amor por la humanidad.
Ikeda lo explica de la siguiente manera: “(…) cualquier joya de la expresión artística consigue estremecer en nosotros un impulso inefable que nos transporta allende lo empírico y nos deja compartir la experiencia con otros, mientras que, a la vez, nos confirma su realidad. La fuerza integradora del arte opera en los seres vivientes abriendo la ruta por la cual lo finito se torna infinito, y la experiencia real y específica adquiere un significado universal”.
Una fuerza intergadora
Cuando le preguntaron a Ikeda cómo apreciar el arte de esta manera, respondió: “Yo creo que hay que comenzar por disfrutarlo, simplemente. Si desde el comienzo, uno busca entender el arte desde un punto de vista analítico y académico, es posible que no llegue a percibir cabalmente su verdadera naturaleza. ¿Quién presta atención al cantar de un pájaro o contempla un campo florido para “comprender intelectualmente” su hermosura? (…) La esencia del arte es ver, oír, sentir y, luego, descubrir”.
Es entonces el arte desde su misión humanista la que puede desarrollar el florecimiento de una cultura centrada en el ser humano, creada por y para el pueblo, que permita trascender cualquier tipo de diferencias y unir los corazones. El arte, un idioma por sí mismo, promete conmovernos el corazón, y permitirnos comprender el propósito de nuestra existencia. Y no concluye allí, sino que también nos lleva a discernir, en una dimensión mucho más profunda, la maravillosa unión inseparable que existe entre todos los seres vivientes.
- Oscar Wilde, La decadencia de la mentira (Madrid: Siruela, 2009).
- Daisaku Ikeda, El nuevo humanismo (México, CFE, 1999).