En busca de un sentido
“El problema con la educación actual es que no posee un propósito claro ni definido. ¿Quién puede esperar que una flecha dé en el blanco, si no se sabe adónde se la está apuntando?”. Estas palabras comenzaban la perspicaz y profunda teoría pedagógica publicada bajo el libro “Educación para una Vida Creativa” redactadas por el educador japonés del siglo XX Tsunesaburo Makiguchi.
Si bien en la sociedad existe la tendencia a dar por sentado el sentido de las costumbres establecidas, de una manera revolucionaria el señor Makiguchi se preguntaba por la genuina misión de la educación. La respuesta a la que llega esta primera reflexión, central en el pensamiento de esta filosofía humanista centrada en la educación, es que este objetivo debía surgir de las necesidades reales de las personas que estaban recibiendo dicha educación: los estudiantes. De ninguna manera, el propósito de la educación debía diferir del propósito de los alumnos. A pesar de que no abundaban profesores que compartieran esta mirada en el contexto de tanto contraste en el que vivía Makiguchi, con la convicción de que “la función educativa consiste en guiar una vida inconsciente hacia una existencia consciente; una vida sin valor hacia una existencia valiosa; una vida irracional hacia la razón”, el gran educador comprendió y defendió la idea de que, si el propósito de los seres humanos es la felicidad, la educación deberá ser entonces el proceso a través del cual las personas aprenden a construir esas vidas dichosas.
El significado de la felicidad
Pero, ¿cómo, entonces, podría la educación permitir a los estudiantes construir una vida feliz? Quizás esta idea, que hasta para la sociedad posmoderna puede sonar hasta ingenua o superficial, parece seguir teniendo características revolucionarias en la actualidad. Esto se debe a que Makiguchi plantea de una manera muy clara la manera a través de la cual el profesor puede ser ese guía que le permita al alumno construir una verdadera felicidad, independiente de sus circunstancias. En primer lugar, argumenta que, si la única preocupación del cuerpo social es que la educación le permita sacar provecho de los estudiantes, sin prestar atención a las necesidades individuales y el bienestar de los niños, entonces será imposible obtener resultados positivos para nadie. Explica que si la educación, en nombre de una supuesta felicidad futura, sacrifica la dicha de los niños y adolescentes en su proceso de aprendizaje, “está violando la personalidad del niño y también la naturaleza del proceso de aprendizaje”. En cambio, Makiguchi considera la felicidad como una adquisición progresiva, “para la vida, de la vida y mediante la vida”, que existe solo en la medida en que se contribuye a la felicidad de los demás. Como nuestra vida está intrínsecamente ligada a la vida de todo el resto de las personas, pensar que la felicidad de una manera egoísta existe no es más que caer en una vana ilusión. Por eso, Makiguchi escribe: “La educación puede y debe hacer que la gente reconozca en qué medida tiene una deuda con la sociedad y con el estado en que vive, no sólo en lo que concierne a sus necesidades básicas y a su seguridad, sino a todo aquello que constituye la felicidad. No hay nada con respecto a lo cual no estemos en deudas con la sociedad”. Makiguchi enfatiza que muchas personas no tienen conciencia de los beneficios que recibieron de la sociedad y no se preocupan por otra cosa que por su propio bienestar, gritando a viva voz sus derechos pero olvidando la responsabilidad que los acompaña.
La creación de valor
Llegados a este punto, uno podría preguntarse entonces qué hace el alumno para poder aplicar esta educación en su vida y en la sociedad, o, dicho de otro modo, de qué manera se construye este estado de felicidad para uno y para los demás. Es entonces cuando se introduce el concepto clave de la pedagogía de este gran educador: la creación de valor.
¿De qué se trata? Simplemente, Makiguchi percibió que el ser humano es, por naturaleza y en su esencia, creativo. Es lo que nos caracteriza, y de donde deriva la dignidad humana. La creación de valor es el esfuerzo por desarrollar al máximo el potencial intrínseco del individuo para poder realizar grandes contribuciones positivas a la comunidad.
El legado de Makiguchi
Makiguchi, luego de pasar su vida consagrado a transformar el pobre estado en el que se encontraba la educación en Japón, por defender sus ideales fue arrestado y encarcelado en el año 1944, donde, diecisiete meses después, falleció de desnutrición. Sin embargo, su discípulo directo Josei Toda, quien lo acompañó tras las rejas, más tarde fue liberado, y junto a Daisaku Ikeda, sucesor de Toda, perpeturaron el modelo de Educación “Soka” (creación de valor), con el que fundaron jardines, escuelas primarias y secundarias, institutos superiores y universidades, alrededor de todo el mundo. Estas instituciones, expresión máxima de las ideas de Makiguchi, llevan adelante la enseñanza centrada en la dignidad de la vida de cada estudiante, con el propósito de transformar la sociedad a partir de la felicidad de cada uno de ellos.
El rol de CIDIEP
El Centro Internacional Daisaku Ikeda de Estudios para la Paz, que actualmente se encuentra ofreciendo cursos, seminarios e impulsando el Instituto de Artes para la Paz, se encuentra fundamentalmente unido a esta teoría pedagógica expuesta por Tsunesaburu Makiguchi y desplegada por el Dr. Ikeda.
Desde CIDIEP, enfatizamos en la profunda relevancia que la educación tiene para revitalizar y hacer surgir el máximo potencial en cada uno de los estudiantes, como único motor de la verdadera transformación de la sociedad. Es de esta manera que “la gran revolución humana de un solo individuo puede generar un cambio en el destino de un país, y más aún, propiciar un cambio en el rumbo de toda la humanidad”, como escribió Daisaku Ikeda.