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La literatura y la paz del mundo

    Se dice que la literatura es “el arte que utiliza como instrumento la palabra”. No tiene límites claros, puede abarcar distintas creaciones escritas desde ficciones lúdicas hasta biografías. Hay quienes incluso afirman que “todo lo que está escrito, es literatura”, mientras que otros pugnan por trazar un límite en su definición para clasificar algunas obras como artísticas, dejando de lado las que no se consideran con suficiente valor en este sentido. Sin embargo, uno podría preguntarse qué es lo que le da valor a una obra escrita. ¿Es la definición de su género o clase, es la forma que adopta, o es el rol que cumple en la historia y en la vida de los pueblos?

    La literatura, como una viva manifestación del pensamiento humano, se ocupó siempre de registrar toda clase de reflexiones, historias, filosofías y poesías que distintos pueblos a lo largo de su existencia plasmaron en palabras. Y es, hasta el día de hoy, la testigo más fiel de que, al final, todos los seres humanos sufrimos y nos alegramos, en esencia, por las mismas cosas.

    Desde lo más hondo, atravesando todas las diferencias, uno al leer puede encontrarse con relatos de otras civilizaciones que incluso el día de hoy nos siguen conmoviendo y abriendo en nuestra mente nuevas formas de concebir el mundo. La vida de una persona puede cambiar a partir de la lectura de un buen libro, abriendo nuevos horizontes anteriormente inimaginados. Jorge Luis Borges (1899 – 1986), uno de los escritores y poetas argentinos más destacados para la literatura, solía decir que la lectura es una de las formas de la felicidad.

    También el maestro Josei Toda (1990 – 1958) solía exhortar a los jóvenes a buscar lo mejor, tanto en las artes como en la música y la literatura. Alentaba a sus discípulos a leer grandes libros, y a reflexionar sobre ellos concienzudamente. Uno de sus discípulos que con mayor entusiasmo se consagró a la lectura fue Daisaku Ikeda (1928 – 2023). En un diálogo que mantiene con los jóvenes, Ikeda les cuenta sobre la vida de uno de los escritores más importantes de la historia de la literatura, el francés del siglo XIX, Victor Hugo (1802 – 1885):

    “De niño, Hugo sufrió de mala salud. Por sus circunstancias familiares, debió mudarse muchas veces; pero aun así, su madre los alentó a él y a sus hermanos a leer libros con avidez; la lectura, entonces, se convirtió en un invalorable apoyo para el joven Hugo.  

    Un profesor mayor que tenía una academia privada le enseñó griego, latín y muchas otras cosas. Años después, Hugo dijo que los tres maestros de su infancia fueron su madre, ese anciano profesor, y el hermoso jardín de su hogar, es decir, la naturaleza. 

    Cuando Hugo tenía nueve años, viajó a España; allí, conmovido por su arquitectura y por las esculturas que vio, descubrió el poder del arte. 

    Los encuentros con personas sobresalientes, con buenas lecturas, con la belleza de la naturaleza y del arte, cultivaron y enriquecieron el espíritu de Hugo. Ese espíritu fue el que fluyó de su pluma, y culminó en ese sublime mundo literario donde palpita el amor al pueblo. 

    Es importante tomar contacto con buenos escritores, con magníficas obras de arte y con personas excelentes durante los años de su juventud, tal como hizo Hugo.  En la medida en que se sientan inspirados y conmovidos, podrán conmover e inspirar a otros”.¹

     Es por este motivo que en la literatura reside un potencial tan inmenso de transformar todos aquellos aspectos de la sociedad que obstaculizan la construcción de una cultura de paz. Un ejemplo de la consagración abnegada a este propósito fue el escritor ruso León Tolstoi (1828 – 1910). 

    Entre sus grandes novelas, una de las que más se destaca fue La guerra y la paz, escrita a sus 34 años. En ella no sólo plasmó sus ideas basadas en experiencias personales, sino también un desarrollo en detalle de todo un período de la historia rusa durante la guerra napoleónica de 1812. Ikeda también escribe sobre ella que “es una obra de proporciones épicas, con una riqueza y profundidad comparables con un manantial inagotable”. Una escena de la novela particularmente conmovedora se despliega en pleno fragor de la guerra, mientras los ejércitos de Rusia y de Francia batallan. Uno de los personajes, el príncipe Andrés, cae gravemente herido al suelo. Desde allí, por primera vez en su vida, reflexiona profundamente emocionado al observar el cielo que se extiende ante él. Ante la posibilidad de su muerte, encuentra en la vida algo indescriptiblemente maravilloso. Y piensa:

    “¡Qué quietud, qué paz, qué solemnidad! ¡Qué distinto de cuando corríamos luchando y gritando! ¡Qué distinto de cuando esos dos hombres iracundos se disputaban el atacador! ¿Cómo no he reparado antes en ese cielo? ¡Qué feliz soy de haberlo descubierto por fin! ¡Todo es vano, todo es un engaño! No hay nada, salvo este cielo. Pero no, ni siquiera ese cielo existe. No hay nada, salvo paz y descanso”.³

    También, al final de la novela encontramos otra profunda reflexión desarrollada por Pedro, un personaje que durante toda la historia estuvo vagando en busca de un sentido. Le dice a su esposa: 

    “Yo no digo que tengamos que hacer una oposición a tal o cual. También podemos equivocarnos. Digo solamente que se den la mano los que aman el bien y que no haya más que una bandera: la virtud activa. […] Quería decir simplemente que todas las ideas que tienen grandes consecuencias son siempre sencillas. Mi idea es que si los hombres viciosos están unidos entre sí y tienen la fuerza, los hombres honrados deben hacer lo mismo. ¡Es tan sencillo!”.4

    Al respecto, Ikeda reflexionó: “El individuo es, dentro del gran contexto de la Historia, una presencia insignificante; sin embargo, la pluma de Tolstoi describe esta realidad con trazos vibrantes y gran optimismo. Esta obra es un poderoso himno a la vida en la cual se escucha la atronadora voz del autor que clama: “La paz y no la guerra es lo que la humanidad debe buscar”. “Vivir lo es todo. ¡Amen la vida, pues es maravillosa!” Lo que el autor describió fue el inmenso poder que está inherente en un pueblo oprimido. Por eso su obra estremeció los corazones sin distinción de fronteras. “¡El pueblo es quien escribe la Historia!” Este mensaje de Tolstoi es imperecedero”.5

    Tolstoi fue un gran promotor de la filosofía y práctica de la resistencia no violenta. Uno de sus más entusiastas lectores fue el mismísimo Mahatma Gandhi, líder de la independencia india, quien consideró a Tolstoi como “un mentor profundamente influyente en su vida”. Incluso llegaron a mantener correspondencia y dos meses antes de morir, el escritor le dirigió estas palabras: “Su actividad […] es la tarea más esencial, el trabajo más importante de todo lo que se está haciendo en el mundo actual”. El movimiento centrado en la no violencia que Gandhi impulsó inspirado por las palabras que Tolstoi escribió en sus novelas también desempeñó un papel importante en el posterior movimiento norteamericano por los derechos civiles encabezado por Martin Luther King (h) (1929 – 1968), así como también en la lucha contra el apartheid que lideró Nelson Mandela (1918 – 2013).

    Tolstoi fue un gran promotor de la filosofía y práctica de la resistencia no violenta. Uno de sus más entusiastas lectores fue el mismísimo Mahatma Gandhi, líder de la independencia india, quien consideró a Tolstoi como “un mentor profundamente influyente en su vida” 6

    Incluso llegaron a mantener correspondencia y dos meses antes de morir, el escritor le dirigió estas palabras: “Su actividad […] es la tarea más esencial, el trabajo más importante de todo lo que se está haciendo en el mundo actual”.7 El movimiento centrado en la no violencia que Gandhi impulsó inspirado por las palabras que Tolstoi escribió en sus novelas también desempeñó un papel importante en el posterior movimiento norteamericano por los derechos civiles encabezado por Martin Luther King (h) (1929 – 1968), así como también en la lucha contra el apartheid que lideró Nelson Mandela (1918 – 2013).

     La literatura es reflejo del interior del ser humano, y, a su vez, es manifestación de las condiciones culturales de la sociedad en la que surge. Por eso, en su extensa novela La nueva revolución humana, Daisaku Ikeda escribe: “El ocaso de la literatura marca la decadencia del pensamiento y la pérdida de interés por la palabra escrita, y conduce al deterioro del espíritu”, y nos insta a seguir esforzándonos en pos de la paz del mundo desde el lugar en el que estamos, como esa “contienda para revitalizar todas las esferas de la vida —incluso la literatura, la educación y el gobierno—, en bien de la felicidad humana”.8

    1DIÁLOGO PARA EL FUTURO: RECORRER JUNTO CON USTEDES EL CAMINO DE LA VICTORIA, Daisaku Ikeda, 9 de abril de 2014, pág. 5.

    2SOBRE LEÓN TOLSTOI: EXPLORAR EL CAMINO DE LA VIDA parte II, Daisaku Ikeda, 29 de julio de 2003, pág. 3.

    3  Obras completas de León Tolstoi trad. al español por Irene y Laura Andresco, Ediciones Aguilar S.A., Madrid, Tomo II, 1981, pág. 942.

    4 Torusutoi Zenshu (Obras completas de Tolstoi), trad. al japonés por Toru Nakamura, Kawade Shobo Shinsha, Tokio, 1973, vol. 9, pág. 100. 

    SOBRE LEÓN TOLSTOI: EXPLORAR EL CAMINO DE LA VIDA parte II, Daisaku Ikeda, 29 de julio de 2003, pág. 4.

    6 Takata, Hiroatsu: Takata Hiroatsu Chosaku-shu (Escritos de Hiroatsu Takata), Tokio: Asahi Shimbunsha, 1985, pág. 412. [Hiroatsu Takata (1900-1987) fue un célebre escultor y ensayista japonés que vivió muchos años en París.] 

    7 Tolstoy, León: “Letter from Tolstoy to Gandhi” (Carta de Tolstoi a Gandhi), trad. Pauline Padlashuk, en Gandhi, Mohandas: Gandhi: Selected Writings (Escritos escogidos de Gandhi), edit. Ronald Duncan, Mineola, Nueva York: Dover Publications, Inc., 2005, pág. 69. 

    8 La nueva revolución humana, vol. 14 cap. 2, Daisaku Ikeda.