En primer lugar, quisiera agradecer esta muy gentil invitación que posibilita encontrarnos y, aunque sea por breves instantes, juntos reflexionar sobre la importancia de tres aspectos que hacen al modo de construcción de la paz. Aspectos fundamentales, íntimamente relacionados, los cuales son la educación como un instrumento capital en el marco educativo; el diálogo; y la educación y el diálogo encaminados a una construcción lo más sólida posible, no solo del concepto sino de la práctica de la paz.
Estos tres elementos, íntimamente relacionados, se transforman en un vehículo constructor de la paz. Pero son tan importantes y tan definitorios, que necesariamente hay que reflexionar sobre cada uno de ellos para encontrar la relación profunda que ellos tienen.
La presencia del diálogo es capital en la construcción del pensamiento y de la interioridad del hombre. Los académicos, los interesados en el campo educativo, ensimismados en la búsqueda de resultados, generalmente también se dedican a crear nuevos métodos o nuevos instrumentos que permitan viabilizar con mayor éxito los procesos educativos, y nos olvidamos, quienes hacemos educación, que el hombre tiene el enorme regalo de advenir con un método que es inigualable, y el método importante con el que llegamos al mundo es la capacidad dialógica.
Una de las mayores responsabilidades de la educación está justamente en intensificar, desarrollar, explicar y hacer que el niño, cuando niño, y la persona ya mayor puedan utilizar el diálogo como el principal instrumento de contacto humano. El hombre debe aprender a dialogar con el hombre, y para ello es importante que vaya desarrollando valores.
Generalmente, con el devenir de los tiempos y de los cambios temporales, vamos olvidando el valor de la coherencia, por ejemplo. Una coherencia que haga posible el diálogo entre el “pensar” y el “hacer”, que muchísimas veces están divorciados el uno del otro, generando grandes confusiones en la enorme tarea de educar. Mal podemos educar si no ponemos en diálogo profundo y responsable el compromiso de relacionar y hacer posible y verdadera la relación entre lo que se piensa, se idealiza, se sueña, se planifica y luego se hace. Muchísimas veces vemos que hay una inconsistencia absoluta en la relación entre lo uno y lo otro. Con lo cual, la educación, o el ser humano en el marco educativo, atentan a hacer posible la verdad. A hacer posible lo verdadero.
En la medida en que exista ese divorcio en el campo educativo entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que se pregona como ejemplar, mientras se hace exactamente lo contrario de la ejemplaridad humana que, por ejemplo, debe poner en marcha y en evidencia el docente, fallido se da el proceso educativo, de manera tal que, debido a estos elementos, no resulta totalmente verdadero lo que se dice y se proclama en el campo educativo. Esta falta de veracidad y de compromiso con la verdad en estos momentos que transita la historia de la humanidad es claramente observable.
¿Por qué? Porque estamos atravesando un momento de cambio muy grande, un enorme cambio al que, al cambio previsto que veníamos ya observando en los últimos años del siglo pasado, se le suma este fenómeno pandémico que termina descolocando al hombre y situándolo más en terrenos de incertidumbre. No solamente el diálogo no es bien utilizado (no es bien enseñado para que sea un vehículo de relación fructífera) sino que también es atacado por la gravedad del momento que nos toca vivir, por la incertidumbre, por el miedo, por la absoluta falta de seguridad en las acciones y tomas de decisión. Además, por si todo esto fuera poco, nos toca reflexionar sobre estas cuestiones importantes de la educación, el diálogo y la paz mientras transitamos cambios de una urgencia increible.
La educación está siendo desafiada, por ejemplo, por cambios absolutamente vertiginosos, que atentan a la tranquilidad del pensamiento, que transforman la búsqueda de seguridad en momentos de confusión. La velocidad del cambio o de los cambios que estamos viviendo modifica nuestra perspectiva sobre un contexto que siempre debemos tener presente en el ámbito educativo: el hombre no está solo, tiene un enorme contexto que está obligado a observar, analizar, comprender, discutir, y reflexionar sobre él. Sin embargo, a veces la velocidad del tiempo tal cual se desplaza no permite una perspectiva actual, alterando, debido a sus dinámicos cambios, nuestra mirada sobre el hombre y la sociedad. De esta manera, el diálogo sufre las influencias de tiempos que van cambiando con muchísima velocidad. A esto se suma también la enorme producción en los campos de las comunicaciones y de la tecnología.
El diálogo se desvirtúa, la velocidad nos lleva por delante, los cambios nos anonadan, las tecnologías son imposibles de manejar por todos, y todos estos fenómenos afectan y explotan en medio del campo educativo. Evidentemente hay un factor humano, ya que es el docente quien sufre estos impactos y que tiene por delante la difícil tarea de enfrentar esta problemática con los elementos precarios que posee. Y no sumemos a esto los factores económicos, sociales, las pobrezas de toda índole que van afectando a la condición humana.
Todo esto hace que nuestra mirada de la educación y nuestra búsqueda de un diálogo más sano, más fructífero, que permita una mayor construcción del ser humano, se vaya lentificando, vaya desvirtuando su sentido, y esto acabe afectando profundamente a los procesos educativos.
Vivimos momentos, yo diría, de cambios un tanto oscuros que no permiten ver correctamente el camino, que no permiten construir el camino o los caminos que debemos abordar. Debemos reconocer que el ser humano de la actualidad, el educador (que es el motor que debe mover la educación) es una persona que se encuentra permanentemente desafiada por el contexto y por los avatares a los que debe enfrentar en su propia existencia.
La formación docente hoy podemos entenderla como confusa, a veces deficitaria, y mientras que hay un grupo que lucha por hacer emerger una formación que realmente sea una formación del hombre, una formación humanística, una formación en valores, una formación de la interioridad; en la medida que hay grupos de docentes que trabajan en todas las latitudes pertenecientes a esta pedagogía que hoy nos reúne, asi como hay personas que luchan por enaltecer y mejorar la cuestión educativa, hay otras personas a las que no poseen las mismas oportunidades, o no pueden acceder a esas mejoras y, por lo tanto, la educación muestra a veces los déficit que muestra.
Creo que la educación hoy no solamente debe adecuarse al ritmo que generan los grandes cambios, sino que debe adecuarse a resistir algunas deficiencias y algunas malversaciones de conceptos educativos. Como nunca la esperanza tiene que mantenernos de pie, como nunca la esperanza, la búsqueda de respuestas positivas, de crecimiento hacia la interioridad humana, nos debe convocar.
Existen muchísimas personas que están haciendo esta tarea. Muchísimas personas que emprenden una búsqueda de sentido existencial, una búsqueda del sentido de la educación. El “para qué” educar está absolutamente malversado, y es importante que el ser humano siga buscando a través de la educación el sentido que ha perdido en muchas oportunidades.
Estimo que para poder crecer, y para poder crear una educación dialógica que realmente nos unifique buscando la paz, la educación debe propiciar y debe dirigirse hacia la búsqueda de la paz en la propia interioridad y en la interioridad de los alumnos que tenemos a cargo. El pensar que cada uno de nuestros alumnos es un tesoro, que es una persona enormemente importante frente a la cual tenemos la enorme necesidad de hacer que se personifique, de hacer que su proceso de personalización sea tanto cuanto pueda desarrollar; ayudar en esa misión, cumplirla a conciencia, es muy importante.
Hacer que nuestros alumnos, hacer que nuestras personas educables, crezcan y se desarrollen en su razón, que sepan pensar y reflexionar para poder decidir, que puedan hablar correctamente y decir lo que piensan, también es misión de la docencia, misión del maestro, misión de la educación; y por si fuera poco, desarrollar a su vez, la razón y el lenguaje, la pertenencia del mismo y la profundidad de la lengua. El mayor de los desafíos a enfrentar por la educación es educar en la libertad. La libertad como enorme pieza de responsabilidad.
No creo que podamos construir una educación humanista si no centramos fuertemente el interés y nuestra tarea en el desarrollo de la razón para que pueda generarse la independencia de pensamiento, profundizar el lenguaje para hablar no sólo correctamente , sino dando a cada palabra el peso específico, definitorio de esa palabra. No es generando vocablos nuevos, que para muchas personas no tienen significación, que engrandeceremos nuestra tarea educativa. Es generando vocablos con sentido, respetando el significado de la palabra y haciendo que la palabra tenga el valor que tiene que tener.
Alguna vez , alguien le preguntó a un maestro como Azorín, «dígame usted, señor ¿por qué usted defiende la palabra clásica y a cada rato nos está diciendo “utilicen el lenguaje clásico”? ¿no cree usted, maestro, que el lenguaje clásico es el lenguaje viejo?». A lo cual Azorín, que en esos momento tenía 102 años de vida, le contestó muy risueñamente: «oiga usted, caballero, lo clásico no es lo viejo, no es lo que hay que descartar por viejo, lo clásico es aquello que nunca pasa de moda». La buena palabra, el maestro que enseña el lenguaje correcto, pertinente, adecuado, es el que va a enseñar clasicidad, va a enseñar aquello que nunca pasa de moda. Con esto no quiero decir que no podamos generar neologismos, si son pertinentes bienvenidos sean, y sino miremos la cantidad de vocablos nuevos que incorporamos gracias a nuestro acercamiento a la ciencia y la tecnología.
Crecimiento en la razón, lenguaje adecuado y uso de la libertad responsable, serán los tres epígonos que pueden construir una educación dialógica, respetuosa en el diálogo, y conducente a la educación y el diálogo para la construcción de la paz.
No podremos construir la paz si no nos entendemos, si no podemos construir el diálogo. Empezar por el diálogo para construir la paz. Esto es lo que creo en relación a la relación “educación, diálogo y paz”.